domingo, 11 de octubre de 2009

Una obra de Christopher Wheeldon en el Real

(Schulmann Brothers Studio Christopher Wheeldon rehearsing Morphoses)


Será una fiesta que finalmente una coreografía de Christopher Wheeldon (Somerset, 1973) se vea en España, y que además, pase al repertorio de una compañía española. La pieza “VIII” fue creada en 2002 para el Ballet de Hamburgo (encargada por John Neumeier) y esa misma producción es la que asimila el Ballet Corella Castilla León y se estrena ahora en el Teatro Real sobre música de Benjamín Britten, tras haber sido remontada en ABT por el propio coreógrafo. Será en la gala benéfica del día 15 que recoge fondos para la UNICEF. En Nueva York, “VIII” fue bailada por Alexandra Ferri (Anna Bolena), Carmen Corella (Catalina de Aragón) y el propio Ángel Corella (Enrique VIII), y entonces la coreografía fue modificada tanto en los caracteres solistas como en la extensión de la música, que fue ampliada con otras secciones.

La fulgurante biografía de Wheeldon pasa primero por su carrera de éxito como esbelto bailarín formado en la escuela del Royal Ballet de Londres (ganó el oro en el Concurso de Lausana a los 17), y ya a los 18 era solista en Covent Garden; luego cruza el Atlántico y recala en el New York City Ballet (NYCB), donde baila y comienza a coreografiar. Muy pronto, ni Bruce Weber se resistió a su algo despótico glamour y le retrata para Vanity Fair. La elite neoyorkina le convirtió en su rubio (natural) más mimado y le llovieron premios y propuestas (de todo tipo). Y un talento es un talento, lo más escaso y lo más preciado en la Gran Manzana (después del glamour). Hoy, Wheeldon atesora más de 30 coreografías y sus obras se ven en los teatros más importantes del mundo. Carrera imparable. Es un caso precoz, entendiendo que siempre se tiende a encasillar la creación coreográfica –sobre todo en el ballet- como un acto de madurez. Y probablemente es que en su caso la madurez llega muy temprano, lo que va unido a una excepcional sensibilidad musical y a un gusto exquisito en cuanto a escoger músicas, temáticas y compañeros de viaje. Unanimidad entre los críticos no sólo anglosajones, y algo que es aún más raro: ¡a los bailarines les gusta bailar sus obras!, son elementos que le sitúan como la gran esperanza blanca del ballet actual en todo el orbe (acaso junto al ruso Alexei Ratmanski), porque este chico inglés, que ha obtenido ya casi todos los premios posibles, es un hombre del ballet en sentido estricto. Un fragmento ideado por Wheeldon ha sido integrado en la versión canónica de “El lago de los cisnes” del Royal Ballet. Eso tiene un poder simbólico, y es algo que antes sólo han hecho en la Casa británica Frederick Ashton, Anthony Dowell y Ninette de Valois. Ha creado también su propia compañía, la Morphoses/The Wheeldon Company, con sede transatlántica entre el Sadler’s Well londinense y el Lincoln Center for The Performings Arts neoyorkino: su grupo repite su destino estético personal.

En 2000 Christopher dejó voluntariamente de bailar para concentrarse en la creación (no se dejó dominar por el ego de las tablas y la lisonja del espejo). Para muchos fue un acto de sacrificio, para otros, de inteligencia. En 2001 le nombran en NYCB coreógrafo residente, el más joven en el medio siglo de historia del conjunto.

Con esta biografía, no es raro que escogiera a Enrique VIII para un ballet, un rey que haría hoy las delicias de la prensa rosa. Enrique VIII se casó seis veces; primero con Catalina de Aragón (que le dio una sola hija, apodada después Maria La Sanguinaria). Catalina no hablaba inglés y la declararon nula “ad initio”, y Will Cuppy le da el honor de ser la responsable del renacimiento de la horticultura en las Islas británicas (le regaló un jubón púrpura a Enrique, que lo rechazó por considerar que estaba poco adornado: sólo tenía en el bordado un centenar de perlas minúsculas); esto probablemente no ha sido útil para el ballet de Wheeldon, pero los buenos coreógrafos sacan agua cristalina de un pedrusco, y el biógrafo de la Reina aragonesa, Garrett Mattingly, cuenta cómo esta tímida princesa fue la artífice del famoso encuentro “del prado de oro”, una reunión entre reyes que en realidad devino una competencia a ver quién se ponía encima brocados más refulgentes. Ana Bolena, sin embargo, era otra cosa: le gustaban los chistes y los trabalenguas y su mayor mérito fue ser la madre de la reina Isabel I (otra que merece un ballet y que heredó de su madre “la displicencia ante los acontecimientos”, según Gibbons). Después de ser acusada (se dice que en falso) de adulterio, incesto, alta traición –y eventualmente se agregan robo y brujería-, Ana Bolena fue decapitada limpiamente por un verdugo francés con una espada francesa (lo hicieron viajar ex profeso con su instrumento para la ejecución de marras) y aún hoy se discute entre Lores y Pares si una calle debe llevar su nombre en Londres, pero ella también merecía un papel sobre las zapatillas de puntas: era una consumada bailarina, y así fue elogiada por el poeta William Forrest. Ana Bolena debutó en la corte bailando un dúo (con María, otra princesa debutante hermana de Enrique) en el baile de disfraces de marzo de 1522; su danza fue “en extremo compleja” y fue denominada “glass of fashion”. Marcó tendencia (se había educado en París y hoy sería lo que entendemos por una “fashion victim”). No es cierto que fuera polidáctila (se rumoreaba que tenía seis dedos en la mano izquierda: EL MAL DEL DIABLO) ni que ostentara un lunar en el cuello en forma de hoz ocultado siempre por una joya, y así lo ha asegurado su biógrafo más veraz, Eric Ives. Sí es cierto, sin embargo, que John Foxe la considerara en su libro sobre los mártires como tal, y que así el protestantismo inglés la glosara durante siglos.

En cuanto a Enrique VIII, Martín Lutero le dijo de todo menos bonito (usó en su diatriba tres sinónimos de la palabra “asno”), y es verdad que amaba la música. También la leyenda del silbato de oro es auténtica: se lo colgó del cuello y lo hacía sonar “a todas horas y tan fuerte como un clarinete”. En el elenco de su herencia aparecen 15 organillos, dos clavicordios, 31 espinetas, 27 laúdes, 62 flautas, 11 pífanos, 13 trompas, 13 dulzainas, 78 flautas dulces y 5 gaitas (me parecen pocas gaitas). Cuppy se pregunta en su escrito sobre Enrique VIII dónde fue a parar el silbato “cuajado de brillantes como garbanzos”.

Gala UNICEF. Teatro Real de Madrid. Corella Ballet.

(Obras de Robbins, Wheeldon y Corella). 15 de octubre. 20 horas.

www.generaltickets.com/ www.teatyro-real.com/ www.algelcorella.org/

© 2009 Roger Salas