lunes, 8 de marzo de 2010

El futuro (puede ser) Sergio Bernal

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ENTRE NOSOTROS (1)

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Compañía Entre Nosotros

Dirección: Sergio Bernal; coreógrafo invitado: Fernando Romero; vestuario: Carmen Granell; audiovisual: Pablo Corrales; luces: Nacho Gil.

Teatro de Madrid, 3 de marzo.

ROGER SALAS

Estaba plenamente justificado tanto el lleno total del coliseo de La Vaguada como el entusiasmo que se palpó a lo largo de la función. No siempre se ve el debú como director de un talento nato, que además baila muy bien y que se muestra con un equilibrio en sus decisiones que ya quisieran para sí muchos adultos del sector. Sergio Bernal tiene 20 años. No ha logrado ser admitido en el Ballet Nacional de España (BNE). Incomprensiblemente se le mantiene en el estatus (más bien limbo) de un taller tan inoperante como inmóvil. Pero al mismo tiempo, se ve que este artista tiene la inquietud y la necesidad vital de ser visto y escuchado; podíamos decir que también, admirado. La más llana objetividad le sitúa un futuro brillante, una carrera prometedora.

Apenas su discreta participación coral en un programa pasado de Escuela Bolera por en BNE en este mismo teatro, le convirtió en el mayor atractivo de la velada, en el hallazgo. Y es que cada mucho tiempo surge un bailarín de su clase y con sus condiciones en el terreno de la danza masculina y dentro del ballet español. Antecedentes tiene en artistas que vieron peligrar sus carreras y su futuro profesional precisamente por arbitrarias decisiones dentro de la compañía titular española, por citar dos casos sonados, Antonio Márquez y Joaquín Cortés (hace unos días recompensado, tardíamente, con la Medalla de Oro de las Bellas Artes). Márquez y Cortés tuvieron en el BNE su debú y su calvario, se tuvieron que marchar en la cumbre de sus capacidades en busca de sus luces y su parte creativa. El caso de Bernal es diferente, pues es ahora más joven y ni siquiera está en el cuerpo de baile. La lección de solidaridad que le han dado artistas de la compañía como Eduardo Martínez y Esther Jurado sumándose a la iniciativa, amén de Helena Martín, que ya no está en la plantilla de marras, es ejemplar. Lo mismo se puede decir de sus compañeros del taller-limbo, que arrimaron el hombro y se entregaron a bailar con alma. Sergio Bernal representa a una generación con disciplina y escuela que quiere hacer bien las cosas, pero él destaca, es una excepción que distingue. Evidentemente está aún en una etapa formativa, pero ya guarda temple.

El programa sugerido por Bernal, que tuvo el eficiente concurso de la mano experta de Fernando Romero, resultaba un paseo intenso (y acaso demasiado largo: la tijera de oro del coreógrafo o director es obligada y debe aprender a usarla sin vacilar) por los estilos del ballet español: Escuela Bolera, clásico-español, y ballet flamenco en sus vertientes más conciliadoras de la tradición y con los signos innovadores que le pertenecen por derecho propio. El esfuerzo era enorme y no se puede perder de vista que Sergio es un primerizo en estas cuitas de organizador. La coreografía era colectiva, en cuanto todos aportaban su parte y su entusiasmo, pero la responsabilidad es de este muchacho al que no se le pude perder ni pie ni pisada, nunca mejor expresado. En la función perdió una zapatilla mientras daba un recital del baile de palillos sin palillos, pero no se amilanó, siguió adelante con sus saltos, vueltas dobles y figuras exquisitas. La ovación fue merecida.

Hubo un emocionante monólogo dramático en el solo de Helena Martín, una especie de lamento con mantón donde su paso y su gesto se hacían danza pura junto al arabesco que dibujaba en el aire su paño bordado con flecos, eso que puede ser un instrumento más en manos de la bailarina, una expresión extensiva de sus brazos que dan sentido al espiral concéntrica. También el solo de Eduardo Martínez fue concentrado y sobriamente sentimental, vibrante en su lectura.

Pero el baile personal de Sergio merece ser descrito. Medido, limpio, musical en el detalle, intencionado con gracia en el acento, verle bailar es una delicia, y si en algunas cosas de lo técnico recuerda a Cortés, en su parte seductora recuerda a Márquez. Tampoco exhibe ninguna sed de protagonismo, sino al contrario. Es inteligente, deja que se luzcan los otros, asume su papel; le ayudan sus proporciones corporales, también singulares. Ambiciones, todas; pretensiones, las justas.

El vestuario propuesto empieza con unas hechuras digamos que exóticas por deficientes referidas a un intento de modernización de la Escuela Bolera; en las chicas poco edificantes, en los chicos mejor. Luego la parte estética mejora para unos y otros, a pesar de una bata de cola sin vida que no le permitió a Jurado dar todo de sí, artista de fuerte estampa y racial estilo.

La escena del Café Cantante, influenciada evidentemente por antecedentes como “Danza y tronío” o “Café de Chinitas” es actualizado con gracia, y hasta llevado al “after” donde los artistas se sienten más en libertad, y así lo expresan. El sonido conspiró y deslució un poco a los cantaores, pero la conclusión es alentadora y el rédito, positivo. Con figuras y mucho baile de exhibición virtuosa, mostraban la pujanza y el amor por la profesión, acaso la conciencia de que empieza un camino complejo, largo y a la sombra del rigor.

© 2010 Roger Salas

© El País

miércoles, 3 de marzo de 2010

Wendy Toye, bailarina, coreógrafa y cineasta (Obituario)

OBITUARIO

Wendy Toye,

bailarina, coreógrafa y cineasta

 

Fue uno de los pilares fundacionales de la danza británica

 

ROGER SALAS 02/03/2010

La bailarina, coreógrafa y directora de cine Wendy Toye falleció el 27 de febrero a los 92 años en Middlesex (Reino Unido). Figura clave del ballet británico del siglo XX y niña prodigio, debutó a los tres años en el Royal Albert Hall, y a los nueve redactó su primera coreografía. Fue premiada en el Palladium por su manera "artística" de hacer el charlestón. En el jurado, organizado por el poderoso productor C. B. Corhan, estaban Fred Astaire y Florenz Ziegfeld.
Pupila destacada de Ruby Ginner, Wendy fue también alumna de Enphen MacLaren, Tamara Karsavina, Nicolas Legat, Marie Rambert y el profesor Morosov. En 1929 debutó en el teatro Old Vic con Sueño de una noche de verano, participando también en estrenos como Tulip time, Follow the girls y Strike it again. Pero sin duda su mayor éxito fue The miracle, dirigida por Max Reinhardt y coreografiada por Leonidas Massine en el Lyceum. Wendy aparecía descalza en unas danzas muy vanguardistas para la época.

En el cine, su aparición en Dance pretty lady de Anthony Asquith hizo que crítica y directores se fijaran en ella. En 1934 formó pareja escénica con Frederic Franklin en los musicales del West End y en los supper clubs (restaurantes con espectáculos de variedades).

Como miembro original del Ballet Vic Wells (dirigido por Ninette de Valois), se la considera pilar fundacional de la danza británica. En 1937, creó la coreografía Cross-Garter'd, basada en la pieza de Shakespeare Twelfth night. Al mismo tiempo que Keith Lester recreaba Pas de Quatre, Toye creaba en 1936 Aucassin and Nicolette para Alicia Markova y Anton Dolin, las dos grandes estrellas del momento. En 1938 coreografió su primera obra larga, Black velvet, donde también era la protagonista. En esta ocasión, convenció al productor George Black de usar bailarinas de ballet en el chorus line(cuerpo de baile en un musical).

Después de la guerra y al reabrirse el teatro Adelphi, se integró en su elenco estable, pero una operación de apendicitis mal resuelta acabó con su carrera de bailarina clásica. El productor Cochran vio en ella el germen de una buena directora escénica y le encargó la opereta Big Ben, con música de Herbert y Ellis, que estuvo mucho tiempo en cartel. Con los mismos compositores estrenó Bless and bride y creó su propia compañía de danza, el Ballet-Hoo, con la que hizo giras mundiales. En 1959 recaló en Broadway y dirigió Peter Pan junto a Jean Arthur y Boris Karloff.

Su corto de cine negro The strange left no card ganó un premio en Cannes en 1953. Fue una de las dos primeras directoras (junto a Muriel Box) que logró asentarse en la industria británica del cine. Desde finales de los setenta ejercía como profesora de actores en Australia. Fue condecorada dos veces por la reina Isabel II.

© 2010 Roger Salas
© 2010 El País

Ecos de antaño - Cambio de tercio, por Rojas & Rodríguez

Ecos de antaño

ROGER SALAS - Madrid - 02/03/2010


Dando todo de sí en el baile personal, la pareja compuesta por Rojas y Rodríguez se ha empeñado en una empresa compleja y difícil, a pesar de su aparente alegría. Esa mirada al pasado, esa estética vintage y de cultura retro es en la danza española una deuda constante, por no decir, una parte agraviada por la sed de innovación generacional que nos ocupa y es la moneda corriente de ahora. Mirar atrás es de justicia.

CAMBIO DE TERCIO

Coreografía: Ángel Rojas y Carlos Rodríguez; música: Daniel Jurado, Thomas Potirón y otros; luces: David Pérez; vestuario: Vicente Soler. Teatro Nuevo Apolo. Hasta el 10 de marzo.


Bailar, bailan todos mucho y bien. Rodríguez da un recital de virtuoso

Los chicos han trabajado seriamente en la selección de un repertorio que brilla en lo vernáculo y la extracción popular, algo que ninguno de estos dos buenos artistas es, sino al contrario, bailarines de escuela en toda regla. Y allí, en las artes de escuela, es donde están sueltos y donde despliegan. En lo otro, pues no tanto.
La parte estética es en Cambio de tercio la más comprometida y la que da al público, de entrada, situación y propósito. Trajes, aderezos, zahones, iluminación y gestualidad quieren llevar a otros tiempos al espectador, sea en aire campero, corralero o de salón. Pero eso no es nada sencillo. Hay contribuciones coreográficas de Rafael Campillo (Cantiña), Rocío Molina (Sevillana), Manuel Liñán (Tanguillos), que siendo correctas, carecen de poso -salvando a Campillo en su raigambre andaluza, más a flor de piel- y se hacen sin tener en cuenta ciertos aspectos formales de antaño (está el cine para verificarlo).
No es bailar como antes, cosa imposible y descabellada, sino aquilatar en el estilo unas formas y unos acentos que son definitorios de esas danzas enmarcadas a su tiempo referencial. No habría estado mal el concurso de viejos maestros (que los hay y muy dispuestos) dejando su saber a estos jóvenes y valerosos puntales de hoy.
El vestuario adolece del mismo arrojo. Ha ido demasiado lejos en una estilización que no cuaja en estampa, que a veces consigue y otras resulta chirriante en el gusto. Lo campdel cine de los sesenta no es una buena referencia. Los muchachos se ven más cercanos a Pedrito Rico que a Miguel de Molina y ellas, lo mismo.
Bailar, bailan todos mucho y bien. Rodríguez da un recital de virtuoso y Rojas se empeña en su parte más racial. Las cantaoras Davinia Jaén y Sandra Carrasco dan un ejemplo de buenas voces, gracejo y sus dúos y canciones soportan importante peso dentro de la obra. El violinista francés Thomas Potirón se luce con su instrumento (a pesar de la deficiente amplificación) y hasta se articula en un baile mímico a dúo con una bailarina en traje-florilegio, y él, con sombrero cordobés terciado, cumple con creces, y se entona a compás.
Cambio de tercio es un espectáculo que se deja ver, aún necesitando algún recorte, hay planta suficiente y la idea es valiosa en sí misma: se trata de diseñar un puente plástico entre el ayer y el mañana, que es el hoy de la danza española. Se siente la carencia de una escenografía que recree la gesta, arrope al baile y que se acoten los márgenes ya dichos del estilo. Por lo demás, merecen ese aplauso largo que el público de domingo les regaló. Podemos inferir que también hay en Rojas y Rodríguez el propósito de, con la modestia que pide la profesión misma, establecer un parnaso de anónimos antiguos a los que ponen aliento. El baile español se mueve desde siempre en tales retratos.

© 2010 Roger Salas
© 2010 El País