jueves, 24 de junio de 2010

Jubileo del Nederlands Dans Theater en el Teatro Real de Madrid

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Jubileo del Nederlands Dans Theather en el Teatro Real de Madrid

 

Sendas del ballet contemporáneo

By Roger Salas

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Nederlands Dans Theater I y II

“Wherebouts unknown” Jiri Kilian/Arvo Pärt, Anton Weber y otros; “Subject to change”: Paul Lightfoot y Sol León/Franz Schubert; “Sinfonía de los salmos”: J. Kilian/Igor Stravinski. Director artístico: Jim Vincent. Teatro Real de Madrid. Del 22 al 26 de junio de 2010.

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Volvamos como premisa un momento al terreno de las definiciones: el trabajo del NDT, desde su fundación a hoy, es en estricto ballet contemporáneo, no danza contemporánea y mucho menos “danza neoclásica”, terminologías erráticas, muy comunes y espurias que traen confusión, que leemos y oímos indolentemente todos los días en diarios, revistas y programas. Lo que hemos visto en el Teatro Real es ballet con mayúsculas en su evolución natural y vertical durante la segunda mitad del siglo XX, y si apuramos, resumen de su estética en los últimos 40 años, a hoy.

No hay más que señalar que el tronco del ballet contemporáneo europeo goza de un claro árbol genealógico fácilmente trazable y cuyo origen en la rama nórdica se estable en Stuttgart bajo la égida de John Cranko y de la Noverre Society (surgida en 1958 con Fritz Höver a la cabeza); de esa savia se alimentan para su subimiento en el terreno de la creatividad coréutica, entre otros, Ashley Killar (el primero en hacer dos ballets sobre Janacek); Gray Veredon; John Neumeier (actual director del Ballet de Hamburgo) y Jiri Kilian (que se estrenó también con Schoenberg, el músico de moda en la Noverre Soc.). Destaquemos que por allí pasaron también, de muy jóvenes, los suecos Mats y Niklas Ek y el norteamericano William Forsythe bailando y haciendo sus pinitos como coreógrafos. Ha sido el momento más productivo en cuanto a creatividad del ballet en la segunda mitad del siglo XX y se puede afirmar que de allí surgen estilos distintivos, individualizados, muy fuertes como es el caso de Ek, Forsythe y Kilian, amén de los continuadores de la senda Cranko, como es el caso de Neumeier. En Kilian encontramos, hasta la redacción de “Sinfonietta” (1978, sobre Janacek) y “Forgotten Land” (sobre Britten, 1981 en Stuttgart), una persistencia de recursos armónico-corales-expositivos que reflejan su umbilicalidad con Cranko, algo de lo que se liberará progresivamente y que sí está todavía en “Sinfonía de los Salmos” (1978). Para concluir con este largo prolegómeno, el valenciano Nacho Duato es probablemente el último brote verde y consagrado de esa rama, de esa línea del ballet actual. Su primera coreografía “Jardi tancat” (1983) fue premiada en el Concurso Internacional de Colonia.

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Nederlands II 1775

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La categorización de obra maestra en ballet se resiste siempre a ser otorgada, aun habiendo mucha pluma fácil suelta en el ámbito del análisis coréutico. “Sinfonía de los salmos” (1978) lo es sin fisuras, aunando criterios hasta divergentes. No es la versión de Kilian la primera sobre esta obra de Igor Stravinski de 1930 (el estreno lo dirigió Ansermet en Bruselas, director con el que ya había trabajado mucho el compositor en los Ballets Russes de Diaghilev y que también dirigió el estreno del ballet “Las bodas”; y ese estreno fue el mismo día que Brecha estrenó “Die Massnahme” [La medida], un dato interesante); cito dos versiones de “Sinfonía de los salmos” actualmente en repertorio activo: la de Michael Smuin y la de Pascal Rioult, pero están a prudente escalafón abajo con respecto a la del NDT, y antecede a la de Kilian la de Milko Sparemblek para el Ballet Gulbenkian en 1972, que en su momento recibió buenas críticas. Hay noticias de que Aurelio Miloss (que había hecho ya el “Orfeo” de Stravinski) estuvo pergeñando una versión para Verona (Arena) o Florencia (Maggio Musicale Fiorentino) y que lo iba a diseñar Giorgio de Chirico, pero como tantos otros proyectos en todas las épocas, eso se quedó en el tintero.

El programa con que el Real cierra heroica y dignamente su temporada 2009-2010 es una demostración palpable de cómo el gran ballet, moderno o clásico, se impone por una emocionada calidad, un peso estético en que se dan cita lo musical, lo bailado y lo plástico. En conclusión, los factores del estilo, eso que en NDT es marca, sello distintivo y extendido; incluso, generador de influencias coréuticas de campo, lo que se verifica en el traspaso generacional ya en marcha.

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Nederlands II 0211

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“Wherebouts unknown” puede situarse dentro del corpus de la obra kilianiana a medio camino entre las inquietudes antropológicas y el tenebrismo que caracterizó hace más de una década. Es un ballet donde la penumbra adquiere valor de masa, la pausa intencionada se hace tránsito y el silencio oportuno adquiere por fin el significado virtual de la indagación, proyecta la intención (y pesadumbre cósmica) del artista. Partamos del uso y sentido del “ensemble” inicial en lento-adagio, clásico en sí mismo y en su meollo formal, es hipnótico. Las máscaras primitivas (que recuerdan a la distancia las del estilo bantú o a las fang) sitúan la presuposición que hace pensar en el impacto que tales artefactos rituales tuvieron en los pintores de las vanguardias, de Wilfredo Lam a Pablo Picasso, y cómo de la estilización se transformaron en abstracciones o en lemas abiertos, lo mismo que hace Kilian con el desarrollo de su obra, donde no escasea el virtuosismo y donde el enlace del fraseado es ejemplar, lo mismo que la suite musical, ejemplo de sapiencia en cuanto a estilos y materiales sonoros. El baile masculino se hace pendular entre lo aéreo y lo tanático-terrenal, mientras el grupo dibuja la asunción gremial como autodefensa.

“Subject to change” es la mejor obra que he visto del tándem Lightfoot-León; la ayuda mucho ese Schubert amplificado a la formación orquestal por Mahler, un ejercicio que va más allá de doblar los instrumentos. La escena es abierta, depurada, sin excesos de aparato extemporáneo, y el baile es intenso, concentrado en intención y focalizado a una lectura intimista, algo opresivo y desasosegante. El suelo rojo movido por los bailarines obedece como catalizador, es el espesante del material que los artistas exprimen dando todo de sí.

Dice el crítico norteamericano Paul Rosenfeld que “Sinfonía de los salmos” nos recuerda un interior lleno de mosaicos de una cúpula bizantina. Kilian decora la escena con un mosaico de alfombras que finalmente asciende, esa prenda, la alfombra, que relata en sí misma el interior recogido, el rezo o el paso mullido, silente. Ross también cita la cercanía de su composición con la muerte de Diaghilev un año antes (1929), estando distanciados. Pero Stravinski en ese tiempo no solamente encendía cirios y acumulaba iconos (su mujer Ekaterina se encontraba gravemente enferma), había incluso coqueteado (junto a su amigo Aldous Huxley) con la ralea teosofista (de Gurdjiev a Oupenski, lo que continuó después en California durante la guerra en un círculo donde estaban también Bertold Brecht y Thomas Mann, Charles Chaplin y Greta Garbo). Los salmos de la Vulgata que escogió Stravinski para su Sinfonía (38, 39 y 150 en la Latina y 39, 40 y 150 en la lectura Hebrea) deliberadamente valen para acercar a la religiosidad ortodoxa la sonoridad buscada por el compositor y concluye Ross: “Si hay algo en Stravinski que puede derretir el corazón, es Sinfonía de los Salmos”. La coreografía de Kilian contiene un misticismo sutil y complejo, evocador de un tiempo de creer que se nos antoja agotado; el panegírico es ecuménico en cuanto espiritualidad, de ahí su lirismo contenido, lacerante y honesto: y esa es la clave para que una obra de danza no envejezca, sino al contrario. “Sinfonía de los salmos” como obra musical tiene que ver además profundamente con “Las bodas” (en ambos están los dos pianos, la percusión insistente, el coro), pero esa es otra historia fascinante también.

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Kilian con su desarrollo del lenguaje del canon, las caídas y recuperaciones como búsqueda de una continuación inevitable, la proyección de los saltos como aceptación elegíaca, propicia finalmente esta noche de arte mayor que tuvimos en el Real, donde se reconoce su reconocido talento y lo que sembró para siempre en el arte coreográfico.

© Roger Salas

© El País