viernes, 4 de septiembre de 2009

Espartaco: el “peplum” en el ballet

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El género “peplum” también tiene su historia y sus héroes en el ballet, y de manera bastante paralela a la que ha tenido en las novelas y en cine. El principal de ellos, Espartaco, hoy ya un clásico, el mismo que se verá en el Teatro Real de Madrid a partir del 5 de septiembre.

Lo de la túnica y la armadura que dejan ver lustrosamente las piernas está en el ballet desde sus albores. Ya en tiempos de Luis XIII aparecen los soldados romanos en los ballets de corte (casco crestado, coraza, faldilla trabillada, espinilleras, espada, estandarte o lanza). Después, mientras reinaba su hijo Luis XIV, las armaduras se cubrieron de oro y piedras refulgentes; en el rococó, llegó el delirio: rocallas emplumadas y faldillas más cortas. En el romanticismo, en “Sylvia” (de Delibes, 1876) el guerrero Aminta fue vestido por Eugène Lacoste como un noble romano y en “El juicio de Paris” (Pugni/Perrot), el tal interpretado por Arthur Saint-León aparecía con armadura de la legión estilizada: puros caprichos decorativos, licencias del escenario de danza. En “Cleopatra” (Fokin, San Petersburgo-París 1909) Leon Bakst rediseñó la entrada de Marco Antonio en armadura, corona de laureles y cuadriga de caballos blancos, amén de 12 maromos de la legión.

Pero el ballet-peplum genuino como tal es un invento soviético de los tiempos del realismo socialista, y eso tiene una obra mayor: “Espartaco” (hasta hoy en más de 50 versiones en todo el mundo) y su explicación en dos factores: la divulgación de las novelas históricas en la desaparecida Unión Soviética y el argumento mítico, al que ya hizo alusión Carlos Marx, de los esclavos rebelándose contra los poderosos. Si Lenin se había referido también a Espartaco, cómo no hacer un ballet en el apogeo del realismo socialista. El origen está en una de las tantas novelas del siglo XIX que popularizaron la legendaria historia del esclavo tracio, escrita por Raffaello Giovagnoli (Roma 1838 – 1915), que leyó de niño “Il Compendio della Storia Romana” de Oliver Goldsmith y quedó ya fascinado con el mundo antiguo, así subtituló su novela años después como “Racconto Storico del Secolo VII Dell´Era Volgare”. En 1874 se hizo en Milán una edición del “Espartaco” de Giovagnoli ilustrada por Nicola Sanes que fijó un ideario iconográfíco que atravesó géneros y modas y en 1882 se tradujo al inglés. Otras novelas contribuyeron a la furia romana, desde “Quo vadis?” (Sinkiewicz) a “Fabiola” (Wiseman) pasando por “Los últimos días de Pompeya” (Lytton) lo que nos trae hasta “Gladiator” (2000), el oscarizado filme de Ridley Scott, que calca a otro peplum anterior: “La caída del imperio romano” (1964). “Gladiador” se parece a todos sus predecesores, y especialmente al ballet “Espartaco”, de donde toma el color negro para las vestiduras de Cómodo (y los malos en general, incluida la pérfida Aegina que encarnaba en Bolshoi la gran bailarina Nina Timofieva) y su obsesión por los juegos y las batallas de gladiadores. Por qué le dieron un Oscar al vestuario de “Gladiador” es un misterio: pensar un momento en la armadura blanco nuclear de Cómodo, y es que todos le deben la vida y la inspiración a Edgard Gibbon, aquel señor que medía 1.24 de estatura y escribió una obra eterna y monumental en el siglo XVIII: “La decadencia y caída del Imperio Romano” (que inspiró a Samuel Broston la producción de su filme en Madrid). En el primer tomo, Gibbon cita a Espartaco y las fuentes que se conocían en su tiempo, que son casi las mismas de hoy: de Plutarco a Cipriano, Floro, Salustio, Columela y Plinio el Viejo. Hay quien agrega las sátiras de Juvenal.

Se estima y admite por la historiografía romana, que Espartaco nació en la localidad tracia de Sansdanski (hoy en Bulgaria) alrededor del 113 a.n.e. y murió en Lucania, en el 71 a.n.e. También se le sitúa como eje de la III Guerra Servil (de los esclavos o de los gladiadores). La realidad es que hubo por entonces varios “espartacos”.

El “Espartaco” de Stanley Kubrick es de 1960 (el cineasta renegó siempre de la película) y el Ballet del Teatro Bolshoi de Moscú bailó esta obra (versión Moisseiev) en el Metropolitan Opera House de Nueva York en septiembre de 1962. La sorpresa fue mayúscula: la estética era similar y así se dijo en las crónicas, la estilización del mundo romano coincidía en muchas cosas; los diseños eran de Alexander Konstinovski. El filme de Kubrick se inspira, con guión de Dalton Trumbo, en la novela homónima de Howard Fast (que la empezó a escribir en la cárcel en 1950 y que cuando era comunista de pro llegó a recibir el premio Stalin). Fast había leído atentamente tanto la de Giovagnoli como la de Arthur Koestler: “Los gladiadores” (1940), sin duda la mejor de la saga. Koestler también pasó por Moscú en los años treinta (después se arrepintió amargamente) y en Fast está también sesgadamente la “Spartacus” (1933) de Lewis Grassic Gibbon (seudónimo del escocés James L. Mitchell), donde el protagonismo se cede al eunuco Kleón, personaje ficticio que deviene mentor de Espartaco y rememora su vida de esclavitud infantil y abusos sexuales a los que había sido sometido de pequeño. En el ballet “Espartaco” aparecen los dos niños que documenta la historia: los hijos del esclavo y su adorada Frigia. En la novela de Lew Wallace de 1880 (lo cita Derek Elley en su libro “The epic films, myth and history”) las mujeres son tratadas de manera relevante, como contrapartida dramática, lo que después retoma el cine y el ballet. La teoría de la escritora australiana Colleen McCullough en “Fortune´s Favorites” (1993) [traducida al francés como “Colêre de Spartacus”] no tiene desperdicio: Espartaco, según ella, era un soldado romano disidente y renegado, y de ahí su pericia con las armas y su capacidad para ordenar la tropa. Y ha tenido eco. McCullough es una neuróloga que se empezó a aficionar al mundo antiguo en sus diez años en Yale, hasta convertirse en una novelista de éxito. Otras películas peplum con irregular interés son “Demetrius y los gladiadores” (1954) y sobre todo “Barrabás”, basada en la novela del premio nobel sueco Pär Lagervikst.

El primer “Espartaco” en ballet se hace en Leningrado coreografiado por Leonid Jacobson (San Petersburgo, 1904 – Moscú, 1975), brillante artista de origen judío que sufrió ocasionalmente represalias y confinamiento en el periodo estalinista. El guión era (y es, con variantes, el mismo de hoy en todas las versiones) de Nikolai Volkov, el más importante libretista de ballet de la era soviética. De su pluma salieron en la época dura del realismo los argumentos de “Las llamas de París” (Vainonen, 1932) que relataba el asalto a La Bastilla por las hordas revolucionarias y “Cinderella” (Prokofiev, 1945). También creó el texto de “La fuente de Bakjichisarai” (Zajarov, 1934). “Espartaco” fue su último gran empeño literario, pero lo había comenzado a bocetar antes de la segunda guerra mundial y al principio no obtuvo el beneplácito de los directores del Teatro Bolshoi, que lo consideraron “en exceso historicista, recargado y por momento incomprensible dada la abundancia de personajes”.

El compositor Aram Kjachaturian (Tbilisi, 1903 – Moscú, 1978) que había nacido en el gueto armenio de la capital georgiana fue el único que se interesó en el libreto de Volkov y comenzó un largo proceso para la composición plagado de interrupciones que duró más de 15 años. Kjachaturian escribió en el diario “Pravda” en 1953: “El Teatro Bolshoi me ha comisionado que escriba un ballet sobre el antiguo gladiador romano Espartaco, que en sus heroicas gestas tiene mucho que ver con las resistencia épica del pueblo ruso ante los invasores nazis”. Stalin (que también era georgiano y se llamaba en realidad Josip Djugajvili) bendijo la idea, pero ese mismo año murió. Al estreno moscovita en 1958 fue su sucesor: Nikita Kruschov y salió contento, aunque la primicia mundial fue la citada del Teatro Kirov de Leningrado el 27 de diciembre de 1956, con diseños de Valentina Kjodasevich y protagonizado por Askold Makarov (Novo-Mossalskoie, 1905 – San Petersburgo, 2000).

Actualmente el Ballet Estatal Ruso de San Petersburgo (lo creó en 1966 Piotr Gúsev y lo dirigió desde 1969 hasta su muerte en 1976 el propio Jacobson) lleva en su repertorio el programa homenaje al maestro, donde está una interesante versión suite en un acto de “Espartaco” que redactó en 1971 y que no se repuso hasta 2002; contiene 10 números capitales de la obra total y una breve obertura:

1. Triunfo de Craso

2. Danza de Aegina (adagio 1)

3. Etruscas

4. Combate de gladiadores I: africano, númida, galo

5. Combate de gladiadores II: Retiarii // Mirmillón

6. Vírgenes gaditanas

7. Sublevados

8. Frigia y Espartaco (adagio / pas de deux)

9. Último combate de Espartaco

10. Llanto de Frigia (Réquiem)

Jacobson basa su “Espartaco” en la llamada “plástica libre”, teoría no convencional y tardofokiniana que fue precisamente una de las cosas que antaño le complicó la vida en la rígida disciplina de las instituciones soviéticas. Jacobson es, probablemente, el más brillante seguidor de Fokin y su biela de transmisión hasta el ballet ruso-soviético contemporáneo. En el estilo de Grigorovich hay muchos elementos atribuibles a la influencia de Jacobson, trazas que también vemos en las estructuras coréuticas de Oleg Vinogradov o Boris Eiffman.

Luego, en 1958 en el Bolshoi de Moscú, la coreografía la hizo Igor Moisseiev (Kiev, 1906 – Moscú, 2007) y Espartaco lo encarnó Alexander Konstantinov. Moisseiev, cuyo primer ballet se llamó “El balón de fútbol” (música de Oranski, 1930) inauguró otro subgénero: los ballets sobre el balompié (hizo varios títulos). Entonces en su propio “Espartaco” asumió al centurión Craso, el malo de la trama.

Jacobson era un hombre cultísimo (leía francés, italiano y alemán) y eliminó las zapatillas de punta: sólo sandalias y túnicas, en contraste con las armaduras (el metal dorado) de los romanos. Luego los esclavos-gladiadores asumen el metal (espadas y escudos), pero en bruñido rústico. Estas premisas estéticas son suyas y se mantienen hasta hoy. Jacobson subtituló su ballet “Escenas de la vida romana” y hay una sección con las bailarinas de Gades, llamada “”Vírgenes gaditanas”; también destacó los dos adagios: el de amor de Frigia y Espartaco (pas de deux: fidelidad, entrega) y el de Aegina (decadencia y crueldad sin límites).

Cuando el también georgiano Simón Virsaladze diseñó la versión de Yuri Grigorovich en abril de 1968 estimó sostener este índice cromático y de dibujo, pero con líneas mucho más actuales o simplificadas y sus característicos brochazos de oro o grana; la orquesta la dirigió Gennadi Rozjdestvenski (que además había intervenido junto al compositor en los múltiples cortes a la partitura original para adaptarla a la nueva reescritura del guión); Maris Liepa hizo Craso y la producción se ganó el Premio Lenin de ese año. El Bolshoi en pleno desembarcó, flamante, en Londres en julio de 1969 con el “Espartaco” de Grigorovich y Clive Barnes escribió entonces: “desde “Romeo y Julieta”, esto es lo más grande que ha hecho el ballet soviético”. En realidad este cuajad producto en lo estilístico y en el empaque de una gran producción destinada a permanecer en el repertorio, se había empezado a fraguar en Leningrado en 1956, trece años antes.

Hay un filme en blanco y negro de Maya Plisetskaia en el lamento de Frigia (final de la obra, requiem) sobre el cadáver de Espartaco, según Jacobson. Merece verse. Ballet moderno y grandeza sin fisuras en la interpretación que ha dejado huella hasta en Grigorovich.

El primer Espartaco en esta versión de hoy (Grigorovich) fue Vladimir Vassiliev y la primera Frigia su mujer, Ekaterina Maximova. Fue la consagración de ambos.

La estética del personaje Espartaco (recio esclavo tracio, musculoso y rudo, heroico e indomable) en el ballet es de esencia romántica (la misma que reconoce Kjachaturian en las estructuras musicales descritas) y tiene su antecedente en la escultura. En el Louvre está el Espartaco monumental de Denis Foyatier (1793-1863) con las cadenas rotas y en el Jardín de las Tullerías topamos con “El juramento de Espartaco”, mármol de 1871 de Louis-Ernest Barrias (1841-1905) en el que el rebelde ya está muerto y descendido de la crucifixión; en ambas hay remedos de Miguel Ángel y de Bernini. Con esta última estatua ciertamente misteriosa pasa lo mismo que con el Ángel Caído del Parque de El Retiro de Madrid, que hay interpretaciones para todos los gustos. La de París la han llamado “monumento a la pedofilia”: Espartaco tiene a su lado a un niño, que es su hijo en la leyenda, y que le sobrevive y se venga. En el cine, hubo las dos secuelas, protagonizadas ambas por Steve Reeves: “El hijo de Espartaco” y “Espartaco y los 10 Gladiadores” (1964). El apogeo moderno del peplum ha sido la serie televisiva “ROMA” (HBO), donde hubo gladiadores buenos y mujeres malas malísimas.

Kjachaturian, que ya empezó a tener problemas con el aparato soviético a partir de su concierto para violonchelo y orquesta de 1946, escribió música incidental para 25 películas y más de 20 montajes teatrales en sus casi 60 años de vida activa como compositor. Hizo tres ballets importantes: “Gayané”, Mascarada” y “Espartaco”. Su primera obra para danza fue “Alegrías” (sobre un libreto lírico de Ilia Arbátov) y fue estrenado en Yerevan en 1939; esta es la obra que se reescribe y se convierte en “Gayané”, estrenada por el Ballet Kirov de Leningrado en Molotov-Perm en 1942, en plena segunda guerra mundial, con la gran Nina Anísimova. La gran escultora de ballet Ekaterina Yanson-Maniser modeló varias esculturas sobre Anisimova y sobre “Espartaco” y sus personajes, entre ellos, una “Frigia” de 1963.

El año pasado, el Ballet del Teatro Bolshoi viajó a París con “Espartaco” y con el bailarín cubano Carlos Acosta como invitado. Fue un gran triunfo en la Ópera Garnier; antes habían bailado en Londres. Acosta, primera estrella global del ballet de raza negra, hizo revivir la frase del General Étienne Maynard Bizefranc, Conde de Lavaux, que llamó despectivamente al rebelde haitiano Toussaint L´ouverture, el “Espartaco negro”.

En el Teatro Real de Madrid encarnará Espartaco un joven de 23 años: Ivan Vassiliev. Debutó en este papel a los 19 años recién llegado a la compañía desde Ucrania. Un record: ha sido el bailarín más joven en encarnar sobre las tablas de la ópera moscovita un gran rol. Crítica, público y profesión se han rendido a su fuerza viril, a su danza heroica y pujante. Hay quienes le arrojan claveles y dicen que, claro, es el nuevo Vassiliev.

© Roger Salas / © EL PAIS

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